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Los cañones de Carlos V

Durante la Edad Media, la artillería, también conocida como "la artillería del rey" en algunos países de Europa central, abarcaba todo tipo de ingenios bélicos para el asedio de fortalezas, desde antiguas catapultas hasta máquinas de hierro. En el siglo XIV, el término "cañón" se popularizó en Europa, derivado etimológicamente de la palabra latina "canna" o "caña", aunque algunos sugieren que proviene del bajo alemán "kanne" o del vocablo flamenco "quenne".  

En España, la artillería evolucionó a lo largo de la Edad Media, pero con Carlos V, el país tuvo que fusionarse con la industria militar predominante de Europa, que tenía sus principales fundiciones en Núremberg, Augsburgo, Innsbruck y Estrasburgo. 

¿Fue Alfonso el Batallador el primero en utilizar estos artefactos durante el asedio de Zaragoza? ¿O fue Alfonso X durante el asedio de Niebla? Según Arántegui, los moros fueron los primeros en emplear la artillería en los asedios de Tarifa (1340) y Algeciras (1342), y los cristianos la adoptaron de ellos para expugnar villas fortificadas y castillos. Los castellanos también la usaron en sus expediciones al exterior, como en el sitio de La Rochelle (1371) contra la armada inglesa, al mando del Lord Pembroke.  

Los primeros cañones eran bombardas o lombardas, un conjunto de tubos de hierro unidos por anillos de metal. En el siglo XV aparecieron las cerbatanas y el mortero de tiro curvo, precursores del cañón de campaña. También se desarrollaron la espingarda y el falconete, y apareció el órgano, una pieza con cuatro o cinco bocas de fuego, precursora de la ametralladora. A finales del siglo XIV surgieron en España los cañones de bronce, y en los siglos siguientes se fundieron cañones de una sola pieza, con muñones y apoyados en cureñas para levantar o bajar la culata.  

Así, al comienzo del siglo XVI, durante la época de Carlos V, existían tres tipos de cañones: la culebrina, propia de la infantería para atacar al enemigo en sus diversas formas y nombres (dragón, doble culebrina, mosquetón, mosquete...); el cañón, con sus diversas variedades (despertador, siflante, rebufo, berraco para batir murallas, falcón, falconete, áspid, barrefosos, basiliscos, bastardo, batemuro, bombarda, culebrina...); y el mortero, para lanzar proyectiles contra naves de guerra. 

Fueron célebres el serpentín de Málaga, la culebrina de Milán o Pimentel y los Doce Apóstoles, que mandó fundir Carlos V contra los Doce Pares de Francisco I .  

LOS CAÑONES DE CARLOS V LOS CAÑONES DE CARLOS V

Durante la época imperial, las armas principales eran la culebrina, el sacre y el falconete. La primera era utilizada para disparar a larga distancia, la segunda era usado como arma fija y el tercero como cañón de campaña. Las fundiciones eran estatales y estaban ubicadas en Málaga, Burgos y Barcelona, dentro de España. Sin embargo, en el exterior se debía recurrir a los créditos de los Fugger, quienes tenían sus propias funciones en ciudades como Núremberg, Augsburgo, Ulm y Viena, además de Milán y Utrecht. 

Durante las campañas en Europa central, los principales proveedores se encontraban en Innsbruck, ciudad que en manos de Fernando I y como punto de paso entre Italia y Alemania, era la más segura y central para los suministros del emperador. El personal que servía en la artillería imperial estaba formado por maestros bombarderos (aprendices, oficiales y maestros) y dependía de los sirvientes y el servicio de tracción con sus carros y mulas. A finales del siglo XVI, se creó en España un capitán general de artillería, con dos o tres tenientes de capitán general y un cuerpo de oficiales, ingenieros, tracistas y gentilhombres. La tropa se subdividía en artilleros, minadores y gastadores (zapadores). 

Una de las fundiciones que más falconetes suministró al emperador Carlos V fue la de Mühlau, ubicada en las afueras de Innsbruck y propiedad de Gregorio Löffler. También son célebres los berracos, morteros y basiliscos que le proporcionó Leonardo Fronsperger, ciudadano de Ulm y una figura interesante de la época que bien podría compararse con Clausewitz. Además, de proveedor de la casa imperial, Fronsperger contaba con el respaldo de la Banca de los Fugger y era un jurista militar y un dogmático de la guerra, con teorías que dejó plasmadas en su célebre libro Kriegsbuch. 

En cuanto a las fundiciones tirolesas y sus principales fabricantes, los Löffler, hay que recordar que el emperador era nieto del gran Maximiliano I, quien obtuvo el Tirol del duque Segismundo el Rico. Durante el reinado de este duque, la minería tirolesa experimentó un gran crecimiento y proporcionó una gran cantidad de cobre para la construcción de cañones. Los centros mineros se encontraban en Schwazy y Taufers, donde se desplazó el centro principal de la industria del latón, que anteriormente se encontraba en Núremberg. Peter Rumel, empleado de la corte imperial y consejero de la misma, terminó con el monopolio del latón en aquella ciudad basándose en el cobre del Tirol. La riquísima fuente de cobre del Tirol fue una contribución importante para la producción de la artillería imperial. 

La rica fuente de cobre del Tirol se convirtió en la base para las fundiciones de cañones y bronces, ya que el cobre y el estaño eran abundantes en todas partes, y el bronce de los cañones contenía un 90% de cobre y un 10% de zinc, mientras que en las campanas se reducía al 80% y 20%, respectivamente. Fue el duque Segismundo el Rico quien, en 1460, estableció junto al artillero Widerstein, que trajo de Nuremberg, los talleres de Mühlau y Hottingen en las cercanías de Innsbruck. Luego, Hans Seelos, bajo el mando de Maximiliano I, amplió la industria artillera. Posteriormente, bajo la dirección del artillero Offenhauser, se montó una industria del latón para las armas de fuego de la infantería. Además, el emperador disponía de la fundición artillera de Estrasburgo, a cargo del maestro Georg Seelos. 

El libro de cañones de Carlos V (1550) muestra culebrinas de Estrasburgo, de calibre 11 y 10.7, con adornos que incluyen la cabeza de dragón, que solo tenían los basiliscos, y la misma figura que el dragón basiliense. Se construían tres tipos de cañones: culebrinas, de pesado calibre para romper muros; falconetes, como artillería de acompañamiento de la infantería; y morteros, con un subtipo más ligero llamado Alcón. Se cuidaba mucho de los ornamentos y leyendas que se grababan en la caña, ya que servían como base para las fundiciones de artillería de latón y bronce. 

Con Leiminger  entra en las fundiciones de Innsbruck la familia proveedora de la artillería de Carlos V. El segundo de los hijos de Peter Löffler fue la principal figura entre los fundidores, construyendo cañones tanto en Augsburgo como en Innsbruck. Recibía encargos no solo del emperador, sino también de sus generales y jefes, así como su hermano Felipe quien construyó para Alfonso de Avalos y también para el conde de Feria, el duque de Alba y el marqués de las Navas. 

Existe una anécdota curiosa sobre la construcción de arcabuces y cañones por parte de los Löffler que ilustra la fanfarronería del duque de Alba. En 1552, ya después de la victoria imperial de 1547, en la que participaron conjuntamente Carlos y Fernando, los dos hermanos, sobre los componentes de la Liga de Esmalcalda, se encontraban ambos en la ciudad de Innsbruck, cuando llegó a sus oídos la sorprendente noticia de la traición del niño mimado del emperador, el duque Mauricio de Sajonia, a quien se había unido el joven Landgrave de Hessen. 

El 23 de mayo, las fuerzas de Mauricio entraron en Innsbruck y Fernando I y Carlos V se vieron obligados a huir precipitadamente hacia el sur. Durante el asedio del castillo defendido por Gregorio, su hijo Elías logró acercarse secretamente a Mauricio y convencerlo de que no se llevara nada de los almacenes y talleres de su padre. Se transmitió una orden al Landgrave de Hesse para que respetara todo el material, pero dado que la orden se basaba en que el señor de la tierra, Fernando I, no era beligerante en tal contienda, sino solo su hermano Carlos, el Landgrave de Hesse y el duque de Mecklenburg se apoderaron de once falcones de quintales con sesenta y cinco libras de peso pertenecientes al emperador, once falconetes del duque de Alba y dos del mayordomo imperial Manrique. Entre el material que se apropiaron resultó interesante el del duque de Alba, el cual se había hecho fundir por Gregorio Löffler once falconetes con el ornato de las armas del de Hesse, para hacerlos pasar más tarde en Madrid como gran botín de la guerra anterior de Esmalcalda. No hace falta decir que el teutón se aprovechó de la fallida treta del duque de Alba y decidió llevárselos, pues dijo que eran propios suyos, como la dedicación de los falconetes lo confirmaba. Todas las crónicas, incluso la crónica imperial del conde Zimmern, hacen eco del suceso. 

En Simancas se encuentra el dibujo de un cañón de Löffler con varios delfines como asas en el segundo cuerpo de la caña, el escudo imperial con el águila bicéfala sobre las columnas de Hércules y la banda del "Plus Ultra" en el tercero. Debajo se lee el nombre de Carolus y en la base se encuentra la frase "Opus Gregorii Laefer Augustani". La cédula de identificación de Simancas aclara que se trata de un cañón que dispara pelotas de 40 libras y pesa 29 quintales de Castilla y 30 libras. Tiene un calibre de 19 diámetros y 3 cuartos. 

En general, los cañones de Löffler llevan en la boca un friso ornamental basado en máscaras y bandas verticales de acanto. La primera parte de la caña tiene una forma lisa, la segunda o cuerpo medio tiene los dos delfines como asas típicas de los Löffler, y la tercera tiene el escudo imperial, la banda "Plus Ultra" y el "Carolus" debajo. En la base se encuentra inscrito el "Opus Gregorii Löefer Augustani". El modelo que se reproduce en el Libro de Cañones de Carlos V, que comprendía los propios y los arrebatados en la batalla de Esmalcalda. La versión española lleva el título de "Discurso de Artillería del Invictis Emperador Carolo V.…Anno1550", una verdadera historia de la artillería y su evolución en la primera mitad del siglo XVI. 

LOS CAÑONES DE CARLOS V LOS CAÑONES DE CARLOS V

El libro contiene los dibujos y reseñas de los 149 cañones propios del emperador, con dos de los condes de Castilla y Pierrefort. Luego siguen los del botín de Esmalcalda: 170 del Landgrave de Hessen, 131 del Elector Juan Federico de Sajonia, 3 del Duque del Palatinado, 12 respectivamente de las ciudades de Ulm, Augsburgo y Estrasburgo, 7 de Heilbronn, 5 de las ciudades de Ratisbona y Hall suaba, 6 de Esslingen, 4 de Memmingen y 1 respectivamente de Reutlingen y Eisenach. En total, hay 520 piezas de artillería. 

Comparada con aquella otra que Carlos V llevó consigo en su entrada en Valladolid en 1522, queda en evidencia la numerosísima artillería del emperador. Valdivielso reproduce el Memorial Histórico del general Salas, que describe una artillería de 74 piezas, incluyendo cañones, serpentinos, trabucos, tiros, basiliscos y un Gran Diablo.  

En este trabajo se ha limitado a la artillería del emperador en el campo de operaciones de Centroeuropa, donde estaba concentrada casi toda ella. No obstante, habría que añadir la posición en castillos, plazas fuertes y puertos fortificados, además de aquellos cañones o basiliscos que iban embarcados en la escuadra imperial y los de las Indias occidentales. Los mejores y más selectos de la artillería imperial procedían de Núremberg, Augsburgo, Innsbruck y Estrasburgo. 

(Artículo original: Sánchez Morales, N. (1969). Los cañones de Carlos V. Gladius, 8, 63–69.)

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